martes, 19 de mayo de 2015

hierros (4 de 38 velitas)

"Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde." Navokov

La reunión transcurrió de manera desordenada. Alan volvía de jugar al golf, ese nuevo berretín que se le había metido en la cabeza. Dulce había trasnochado, no lograba abrir los ojos del todo. La Buela Berta volvía de misa con el rosario a medio rezar, y Buelo Baldo desmenuzaba el pollo que sería estofado unas horas más tarde.

Lazarita jugaba con los palos. Amalita la miraba con cariño y desde un lugar lejano. Violeta y Jazmín juntaban pétalos podridos. Ausencia, Villordo y Almita aún no llegaban, atrapados en el tránsito por culpa de la venta excesiva de autos nuevos.

El almuerzo del domingo todos juntos era algo que no se discutía. Algo hacía que eligieran compartir esas dos horas aunque no se tuviera ganas, aunque los partidos los dejaran cansados y quisieran modorrear todo el día o realizar alguna práctica social más moderna como ir a la feria de diseño o al afterhour de la Casa del Arbol. 


(¿Por qué nadie les había dicho que a veces los limones hacen arder las heridas?)


El pollo no estaba del todo muerto, y Buelo debió esgrimir artilugios esdrújulos para acallar el llanto frente a sus nietitas. Los impactos de ciertos sonidos cuando se escuchan por primera vez pueden dejar toneladas de traumas en la psiquis de una persona. 


(¿De cuántos sonidos los puedes aislar? ¿Cuántas veces oíste los llantos de los hijos de las costureras de la India?)


Lazarita quiso agarrar el pattern. Amalita quiso evitar el desastre y terminó provocándolo: todos los palos al piso, y el hierro 3 cayendo justo en el jarrón antiguo de la bisabuela ya muerta. Por más arreglos que le hagan, quedará desordenado, como la reunión.


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4 de 38 velitas: un regalo de cumleaños. 38 escritos sin más sentido que ver si en la suma final cobran algún sentido.

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