sábado, 16 de agosto de 2014

sonreir en rio (15 de 30)


Hoy he visto a un hombre sonreir en el barrio de la Lapa. Su sonrisa tenía el sonido ajetreado de la Rua Riachuelo, y los dientes, que asomaban entre los labios gruesos como los edificios del centro, eran los arcos blanquísimos que dan entrada al barrio.  

A primera vista, esa sonrisa parecía vociferar: bem-vindos todos a este circo volador! Yo temblé ante ese grito callado. Miré hacia arriba y sólo vi cables de electricidad estrangulando bloques alados que surcan los cielos en busca de un vestigio del futuro. Vuelvo mi mirada de nuevo hacia la sonrisa. La comisura se mueve hacia el costado, se torna irónica.  Habla de nuevo, pero ahora su sonido es susurrante: si pensabas que podías volar en esta ciudad, habla con esos pájaros.

Hoy he visto a un hombre sonreir en el barrio de la Lapa. A través de su sonrisa pude oler los bares de licores, cachaça y salgados, esos tentempié grasosos que se venden en todas las esquinas de Río. Será que sonríe porque tanto alcohol y grasa ha logrado taponar, al menos por una noche, el recuerdo de su hijo, secuestrado hace un mes por la policía militar en una pelea (de borrachos) callejera? Será que olvidó que supo de su paradero cinco días más tarde, gracias a los compañeros de celda, que juntaron créditos del celular clandestino que conservan, para que él pudiera informar de su paradero? Tiemblo de nuevo al ver que su sonrisa muta y se torna sarcástica. No sería la primera ni la última vez que alguien cruza la línea, no será la primera ni la última vez que alguien se pierda en manos de la policía o de la favela.

Veo a un hombre sonreir en el barrio de la Lapa. Lo veo mientras camino haciendo equilibrio sobre el riel del tranvía histórico en reparación. El bonde de Santa Teresa, que descarriló hace un par de años y hoy está siendo reemplazado por uno moderno, a las puertas de las Olimpíadas. No creo que la sonrisa del hombre tenga que ver con el bonde. Miro con más atención: observo los movimientos de su rostro al sonreir. Algo en su nuez de Adán me habla de un llanto atorado, de una sonrisa que intenta ocultar una lágrima. Él, dejándose morir al margen del sistema. Ellos, llenándose los bolsillos con obras políticas. 


Un hombre sonríe en el barrio de la Lapa, y yo sonrío con él. Por las dudas, por si somos los últimos sonreidores. Si pudiera conservaría su sonrisa en una cápsula, y la abriría en los vagones del metro, sólo por ensayar un atentado sonrisista. Tal vez esa sonrisa esconde muchas oscuridades, pero es una sonrisa. Y una sonrisa, ya lo dijo algún gurú, es la distancia más corta entre dos seres humanos. Viajemos millas y millas, alivianemos el equipaje, hagámosnos fuertes a cada paso. Pero, por favor, la sonrisa, siempre la sonrisa.

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