Antes, había sido el desembarco frente al monoblock aquel de la Boca donde vivimos mi piano y yo, más el recorrido del 25 pasando por Montes de Oca - la avenida de los huevos rellenos en casa de la Nona (ahí también un piano, el primero, y los libros de partituras) - y por Arcamendia - la calle de la casa abandonada por la familia donde mamá guardaba el vestido de novia y que más tarde fue tomada por una familia de bolivianos.
Aun así, lo corroboré: Buenos Aires, no soy tuya ni vos mía. Me das dolor de panza, me hacés precipitarme, y tus camas me dan insomnio.
Por eso estoy feliz de volver a mi pueblo chico, que aunque traiga a mucha gente de afuera, no significa que puedan, como yo, traer un poquito de quebrada.
Antes aún, esa otra serpiente en mi casilla de correo, con aromas a tierras del bosque y del mar, a un jardín japonés entre las montañas y a puertas abiertas a otra percepción.
Fui hasta el fondo del pasillo con la luz bien apagada. Después prendí la luz y asusté a todos.
La sombra cliché atraviesa el miedo a nunca ser una fruta madura. Mis bríos son de caballo salvaje en el río.
Todo esto para decir: libertad o datrebil?
Hasta mañana.
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