sábado, 10 de mayo de 2014

conejo (2 de 30)


Llegamos a Colonia de madrugada. 

La medianoche que daba paso al día de nuestro primer aniversario como compañeros de viaje y de vida la pasamos tomando champán a bordo del Eladia Isabel. Había que festejar, nuestra unión da la vuelta al sol a bordo de un barco. Seguimos en movimiento. Dejándonos mecer por las aguas de la emoción. 

Unas horas antes, Pacha, mi amiga-hermana más esotérica, me había regalado una sesión de conexión con mi animal de poder. "Te traigo un conejo", me dijo después de dar vueltas alrededor mío al ritmo de los tambores, agitando su maraca y afinando su oído y visión interiores. "No es necesario ser feroz para ser fuerte. Esa pantera agazapada en la maleza con la que te estás identificando te hace perder demasiada energía. Animate a dejarte llevar más por tu curiosidad, tu espíritu lúdico. No sos un conejo indefenso. Tenés al toro también de aliado. El toro está más que pancho, pero que no se metan con él porque ya sabemos lo que pasa".


Y es que en este trajín de no ser de ningún lugar (y ser de todos), y viajar ganándose la vida en el mismo andar, una (o sea YO) va poniéndose algunas costras para no quedar tan expuesta a la decepción o quién sabe qué cosa.  A veces, las preocupaciones que me asaltaban en la vida sedentaria también me toman por sorpresa "ah, vos también viajaste hasta acá conmigo", y eso nos demuestra una vez más que el viaje más difícil es el interno. Como decía algún gurú, el camino más arduo mide tan solo la distancia que separa a tu mano de tu codo: es la misma distancia que separa tu mente de tu corazón.

Aún así, o justamente por eso mismo, confirmo que esta es la vida que quiero estar llevando. Aunque las ampollas que me hicieron en los talones los nuevos borcegos que adquirí de regalo de cumpleaños pudieran ser una metáfora de que estoy parada en zapatos que no son los míos, prefiero pensar que siempre pueden curtirse un poco más los pies, que para eso los tenemos, para caminar. 

Y cuando me preguntan cómo hago para vivir sin una casa a la que volver, sin un lugar que es mío, respondo que vivo en hoteles de 5000 estrellas (una de las frases de Juan que conquistó mi corazón), que mi casa está adentro mío y que, llegado el caso, siempre hay amigos que te reciben aunque llegues sin avisar a las 4 de la madrugada a Colonia después de cruzar el río festejando un año de amor.

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